TIEMPOS Y TIEMPO DE DIOS (131). FRANCISCO: PALABRAS, GESTOS Y ACCIONES QUE CAMBIARON EL ROSTRO DE LA IGLESIA


Oscar Martín, SJ

Con alegría, justo en el momento en que acabamos de conocer el nombre nuevo papa, León XIV, aprovecho para agradecer al Señor y celebrar el don que ha sido para la Iglesia y el mundo el pontificado del Papa Francisco. Quiero hacerlo recogiendo algunos rasgos de su magisterio y, sobre todo, de sus signos proféticos, con los que -al estilo de Jesús- no solo ha enseñado con palabras, sino que ha interpelado al mundo con gestos elocuentes que hacen visible su enseñanza en acciones concretas que nos llenan de esperanza.

Francisco desde el comienzo marcó un nuevo estilo de papado. Rechazó los símbolos del poder y optó por la sencillez: cuando fue electo, se presentó al mundo como “obispo de Roma” y pidió primero la bendición del pueblo antes de él dar la suya. Después, eligió vivir en la residencia Santa Marta y no en el palacio apostólico, Este fue el inicio de un modo pastoral cercano, que desarmaba con ternura y firmeza a la vez.

Su magisterio comenzó con Lumen fidei en 2013 y pronto fue seguido por Evangelii Gaudium, texto programático de su pontificado, donde presentó su sueño de una Iglesia “en salida”, pobre para los pobres, en conversión misionera, al servicio de toda la humanidad. En Laudato si’ , marcó un hito global: unió el clamor de la tierra y el de los pobres, llamando a una ecología integral. En Fratelli tutti , nos convocó a una fraternidad sin fronteras. Y lo hizo sin perder de vista la vida concreta de las personas: habló de amor familiar en Amoris laetitia , de santidad cotidiana en Gaudete et exsultate , de los jóvenes en Christus vivit y de los pueblos indígenas y la ecología en Querida Amazonía.

En continuidad creativa con el Concilio Vaticano II, Francisco impulsó con decisión una Iglesia sinodal: un pueblo que camina unido, donde todos -obispos, laicos, religiosos- son escuchados y disciernen juntos la voz del Espíritu. La sinodalidad no fue para él un cambio de estilo organizativo, sino una conversión espiritual, una forma concreta de actualizar la colegialidad, la participación y la corresponsabilidad eclesial soñadas por el Concilio y hoy puestas en marcha como proceso.

Los gestos de Francisco también calaron muy hondo. Apenas comenzó su pontificado, lavó los pies a jóvenes presos en un centro de detención romano, algo nunca antes hecho por un Papa. Pocos meses después, viajó a la isla de Lampedusa, donde denunció la “globalización de la indiferencia” ante los inmigrantes muertos en el Mediterráneo, al que denominó el mayor cementerio del mundo. Fue un grito profético contra la hipocresía de los poderosos y en defensa de los descartados.

En 2016 se reunió en Cuba con el patriarca ortodoxo Cirilo. Fue el primer encuentro entre los líderes de ambas Iglesias desde el cisma de 1054. Su valentía para tender puentes también se manifestó en 2019, cuando en un gesto impresionante besó los pies de los líderes enfrentados de Sudán del Sur, rogando por la paz. Y caló hondo su imagen, solo bajo la lluvia, orando en la plaza de San Pedro vacía durante la pandemia, recordándonos que solo juntos saldríamos adelante.

Francisco también enfrentó con dolor y humildad el drama de los abusos en la Iglesia. En Chile, reconoció públicamente errores de juicio, pidió perdón a las víctimas y convocó a los obispos del país, a quienes solicitó la renuncia. No escondió el escándalo ni se protegió: prefirió la verdad y la purificación.

Su visita a Irak fue otro signo clave: en medio de ruinas y heridas profundas, rezó en Mosul junto a una mezquita destruida, dando testimonio de esperanza, diálogo y reconciliación. También ha sido cercano a los pueblos indígenas, a las personas LGTBI, a los divorciados y a tantas periferias humanas que han sentido, por fin, que la Iglesia las miraba con ternura.

Francisco denunció sin ambigüedades los excesos del neoliberalismo, la idolatría del dinero y la cultura del descarte. Su visión de la economía es profundamente humana: quiere una economía que ponga en el centro a la persona y no al lucro. En todo ello, su palabra ha sido lúcida y su presencia, incómoda para muchos. Por eso ha sufrido resistencias, incluso dentro de la misma Iglesia.

Pero él perseveró con humildad y fortaleza. Muchos lo consideran una de las figuras con mayor autoridad moral del mundo. No ha sido solo el Papa de los católicos, sino un referente ético para creyentes y no creyentes.

Francisco habló con sencillez, escuchó con profundo respeto, acogió sin prejuicios y denunció con coraje. Con su cercanía, su magisterio, sus gestos proféticos y su humanidad, Francisco nos hizo más visible a Jesús, verdadero Pan de Vida para el mundo.

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