EE.EE. [1]: “por este nombre de Ejercicios Espirituales se entiende todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mentalmente y de otras actividades espirituales…… todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenas y después de quitadas buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma”.
EE.EE. [21]: Ejercicios Espirituales para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse movido por alguna afección desordenada. De estos dos números tomados de los mismos Ejercicios Espirituales que escribió San Ignacio de Loyola, podemos ir entiendo qué son y para qué se hacen los “ejercicios”. San Ignacio, como fruto de su experiencia y reflexión, nos regala una pedagogía práctica para poder crecer en aquella manera humana de vivir de Jesús de Nazaret, y que se inspira en los Evangelios.
Como el nombre lo dice, así como el pasear, caminar, correr, son ejercicios corporales, los ejercicios espirituales permiten vivir una experiencia plenamente personal, que supone práctica, disciplina, interiorización, reflexión, confrontación consigo mismo y con la propia historia (sentir y gustar las cosas internamente, EE.EE. [2]), teniendo como “telón de fondo” la Historia de Salvación del Pueblo de Dios” (EE.EE. [4]). De EE.EE. [21] sacamos tres ideas importantes que señalan lo fundamental de esta experiencia y nos señalan el objetivo, la razón, de la misma: “vencerse”, “afección desordenada”, “ordenar su vida”.
EE.EE. [5]: es fundamental para poder de verdad “entrar en los ejercicios espirituales”, que busca no “ser movido”, conducido, por el “enemigo de la naturaleza humana”, la actitud que señala este número, “total disponibilidad”, con las palabras de San Ignacio, “gran ánimo y liberalidad”. La lucha espiritual se inicia y EE.EE. [6 – 17] va señalando el modo cómo “el acompañante”, pieza fundamental de esta experiencia, tiene que “actuar”, para ser mediación de Dios para el ejercitante.
El acompañante es alguien que ha pasado por esta experiencia, ha reflexionado sobre la misma, y ha estudiado para formarse en el arte de mediador.
Las cuatro semanas, como dice San Ignacio en EE.EE. [4], van llevando al encuentro con el Dios que es total Misericordia. Su Gracia (porque todo es Gratis) ilumina zonas de nuestra historia, de nuestras vidas, que fueron “tocadas” por las fuerzas del mal del mundo en el que nos encontramos (estructuras de pecado, pecado social y personal). Agradecidos por tanto amor recibido, ser amados gratis y sin condiciones siendo pecadores, rescatados por ese amor
que se manifiesta en Jesús, contemplado en cruz, surge el deseo con la pregunta “qué hacer por Cristo”.
Los ejercicios espirituales se hacen para sanar los afectos desordenados, es decir para romper las ataduras interiores que nos impiden ser verdaderamente libres para amar.Para descubrir el verdadero rostro de Dios, el que nos enseña Jesús. Para percibir el modo concreto en que Dios nos invita a amar y servir.
Los Ejercicios Espirituales son para gente capaz de poner en juego lo que tiene para perseguir lo que ama, con un espíritu emprendedor y arriesgado en correspondencia con una apuesta existencial de gran importancia. Gente sedienta de conversión profunda porque sabe que necesita algo más y algo distinto, gente que está en la búsqueda y anhela lo que Jesús, el Cristo, promete. Los Ejercicios requieren de la persona cierta estabilidad emocional, compromiso para mantener los tiempos de oración personal y capacidad para la interiorización.
El rimo frenético de la vida moderna crea personas llenas de cosas y actividades, pero profundamente insatisfechas. Las múltiples actividades ocasionan una dispersión en la persona, dejándola confundida y débil, un sujeto así es incapaz de enfrentar las contrariedades de vida porque esta no está ordenada a su último fin. Ahí está la clave de los Ejercicios: ordenar y enfocar la vida a lo importante, dejando lo efímero y pasajero de lado.
Los Ejercicios se adaptan a quien los hace, a lo que busca y necesita. Por eso existen varias modalidades: en retiro y en la vida diaria, con acompañamiento personal o grupal, online o presencial. Los procesos pueden durar desde unos días hasta un mes en silencio, o varios años en la vida cotidiana. Siempre hace falta reservar un tiempo para la oración personal, para la intimidad con Dios, con la ayuda de las orientaciones que proporciona la persona que los da.
Es importante dejar reposar las experiencias vividas, examinarlas, y así poder descubrir su significado más profundo. Esto que llamamos “examen de oración” luego se comparte con el acompañante. El que lleva el acompañamiento personal ayuda a orientar el proceso, descubrir la voz de Dios, que nos habita creando y amando, escucharla y discernirla para hacerla vida, vida desde donde fluye el deseo de amar y de servir, crece, se anima y fortalece el compromiso. San Ignacio también ofrece la posibilidad de discernir el “estado de vida” donde mejor ser plenitud de Dios, amando y sirviendo con alegría, entrega y generosidad.